Impacto. Primer contacto. ¿Resultado? Hipsofacto.
Tu lengua contra la mía enzarzándose en la més cruel de las batallas con un único fin: poseernos.
Sudor. Segundo paso de nuestro amor. ¿Resultado? Estupor.
Cuerpos empapados de gotas secrecionales; mutuos esclavos encadenados a la pasión.
Furia. Tercer síntoma de nuestra colectiva lujuria. ¿Resultado? Absoluta ausencia de penuria.
Contacto. Amor. Lujuria. Choque frontal de emociones. ¡Arranca nuestra noche de frenesí! Recuerda: apaga las luces. Tiñámonos de negro.
Me posees. Te poseo.
Aguas turbulentas de pasiones hambrientas.
Oleaje de latidos. Vientos huracanados de gemidos.
¿Nuestra banda sonora? Una sinuosa melodía francesa.
¿Nuestra caja de Pandora? Tu suave fragancia con toque de fresa.
Me posees. Te poseo.
Dancemos a un mismo compás:
El de nuestro vaivén enloquecido.
Súplicas de adición: ¡quieres más!
Me derrito en ti, embravecido.
Me posees. Te poseo.
Ambos cuerpos ardientes de puro fuego.
¡No hay límite! Tu sexo lo admite.
¿Única meta? Exaltar nuestro ego.
¿Único obstáculo? Que nuestro corazón dinamite.
Soy todo tuyo. Eres toda mía.
La atracción no es terrenal.
El edén de placer es celestial.
¡Ring, ring! Estéril sonido de despertador. ¡Bah! Un simple sueño risueño de gloriosas noches pasadas, atenazadas por un recuerdo que marchita paulatinamente, pero que no se desvanece. Cenizas. Todo lo que queda: cenizas.
Inhalo. Exhalo. Saco lo malo.
Mi sed existencial la calma Bebe: “Habrá que mirar pa’lante, que pa’trás ya has sufrío bastante”. Paradojalmente, en mi cerebro aún retumban las últimos acordes de aquel “Why I can’t say go”. Contradicciones. Ámame. Ódiame.
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